campamento en Estados Unidos

El verano que fui a EEUU en 2019 fue el mejor verano de mi vida. Estoy enamorada de CADA cosa del camp: El olor, el color de las hojas cuando miro hacia arriba y se está filtrando el sol por ellas, cruzarme con un niño por el campus y hacer «nuestro saludo especial», cantar canciones de campamento durante un camp fire, bañarme en el lago, leer cuentos a los niños por las noches, las excursiones a la montaña o por el lago, tener ratitos «a la española» con los niños y los monitores de España, llegar al pico de la montaña o a una calita en el lago y comerme el sándwich rodeada de mis niños… Cada cosa que ocurre en el campamento lo vivo como si estuviera en una película: con mucha intensidad y una gota de fantasía que hace que todo sea nuevo (aunque lo haga varias veces durante el verano), desde desayunar hasta bañarme en el lago por la noche en un día libre.

El campamento es un refugio; es una gran familia que te acoge, te enseña, te reta y te impulsa a salir de tu zona de confort (tanto física como mentalmente). Cada persona que trabaja en el camp te da a entender, a su manera, que está ahí para ti. Es un sentimiento de grupo precioso, un colectivismo muy sano, que provocó en mí un desarrollo brutal. Lo sentí cuando volví: todo lo que antes me había sido suficiente de repente no me valía, y tuve que hacer muchos cambios en mi vida para estar a gusto con mi «nuevo yo». Esto no quiere decir que el camp te vaya a cambiar sí o sí, pero si vas con mentalidad de salir de tu zona de confort y de aprender a enseñar, estoy segura de que notarás un cambio muy positivo al volver a casa.